• El informe Global Energy Perspective 2025 señala que el fin del uso masivo de combustibles fósiles no ocurrirá en 2050, como se proyectaba tras el Acuerdo de París.

Hace una década, el consenso internacional apuntaba a que la era de los combustibles fósiles terminaría hacia 2050. Sin embargo, el Global Energy Perspective 2025 de McKinsey prevee un giro estructural: la transición energética avanza más lento y el petróleo, gas y carbón seguirán siendo parte central del mix energético global más allá de mediados de siglo. Esta constatación obliga a gobiernos e industrias, incluida la minería chilena, a replantear estrategias de abastecimiento, inversiones y metas de descarbonización.

Publicado en octubre de 2025, el informe marca los diez años de la perspectiva energética global de McKinsey y desmonta una de las premisas más difundidas tras la COP21: que el uso de combustibles fósiles entraría en declive rápido durante los años 2020, para reducirse a niveles marginales en 2050.

Hoy, la realidad es otra. En los tres escenarios modelados —Slow Evolution, Continued Momentum y Sustainable Transformation— los combustibles fósiles representan entre 41 % y 55 % del consumo energético mundial en 2050, con gas natural ganando participación como “puente” de transición y el carbón retrocediendo de forma desigual según región. Incluso en el escenario más ambicioso, se proyecta una presencia residual de fósiles después de 2050, compensada mediante captura de carbono y tecnologías negativas.

McKinsey identifica tres factores estructurales que explican esta transición más lenta:

  • Seguridad energética y costos se priorizan por sobre las metas climáticas en muchas economías.
  • Tecnologías clave como hidrógeno limpio y captura de carbono avanzan más despacio de lo esperado.
  • La demanda energética mundial crece sostenidamente, impulsada por la industria, la urbanización y el auge de los data centers.

En este contexto, el informe recalibra las expectativas: ya no se trata de un reemplazo total de fósiles en el corto plazo, sino de una coexistencia prolongada con renovables y tecnologías limpias, en una transición más pragmática y compleja que la imaginada en 2015.

Para Chile, especialmente en Antofagasta y Tarapacá, este escenario implica desafíos y oportunidades estratégicas:

  • Las faenas mineras y plantas desaladoras deberán asegurar suministro eléctrico firme y contratos flexibles.
  • Las metas de carbono requerirán portafolios energéticos híbridos, combinando renovables, almacenamiento y gas.
  • Las políticas públicas deberán planificar sobre horizontes de transición más largos, evitando supuestos irreales de electrificación total acelerada.

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