• María Elba Chahuán, Vicepresidenta y Fundadora de Unión Emprendedora.

Durante años, hablar de mujeres en la minería era casi una contradicción. El sector, históricamente masculino, parecía ajeno a la diversidad, la sensibilidad, la empatía o la mirada colaborativa. Pero eso ha cambiado gradualmente y hoy vemos con orgullo cómo cada vez más mujeres se integran a las faenas, a los equipos técnicos, a los centros de innovación. Sin embargo, si queremos una minería realmente sostenible y transformadora, el desafío no acaba con la cantidad de mujeres trabajando en minería, sino en preguntarnos cuántas están decidiendo.

Porque una cosa es estar presente, y otra muy distinta es tener voz y voto en los procesos de transformación. Urgen más mujeres en los espacios de liderazgo, en las mesas donde se definen las estrategias, en la conversación sobre la minería del futuro: una que sea regenerativa, consciente de su impacto y profundamente conectada con las comunidades. La transición hacia una economía más verde y tecnológica necesita de todas las miradas, entendiendo que la diversidad no es sólo inclusión, es innovación.

Según datos del Monitoreo de Indicadores de Género 2024, Chile superó la meta establecida en la Política Nacional Minera 2050, consolidándose con un 21,8% de participación de mujeres en empresas mineras, lo que ubica a nuestro país en el segundo lugar con mayor participación de mujeres a nivel global; apenas por debajo de Australia (22%). Pero aunque la participación crece, el porcentaje de mujeres en cargos ejecutivos dentro de la minería sigue siendo bajo. Y eso no es casual. Hay barreras estructurales que persisten —culturales, organizacionales, familiares— que impiden que muchas mujeres no solo entren, sino que permanezcan y crezcan. De hecho, el mismo reporte señala que la participación femenina en especialidades técnicas vinculadas a la minería sigue estancada, con solo un 13% en educación superior y un 14% en educación media técnico profesional. Si no abordamos estas brechas con intención y convicción, los avances serán frágiles y reversibles.

Como país, tenemos una oportunidad única. La minería sigue siendo uno de los motores de nuestra economía, y con el auge del litio y los minerales críticos para la transición energética, tenemos la posibilidad de redefinir el sector desde sus bases. ¿Qué pasaría si más mujeres estuvieran liderando espacios dentro de las grandes empresas mineras y en startups vinculadas a tecnologías limpias? ¿Qué oportunidades de desarrollo territorial podríamos abrir si más mujeres encabezaran proyectos en sus comunidades? ¿Cómo cambiaría la cultura de seguridad, colaboración y sostenibilidad si hubiese más liderazgo femenino en las compañías?

Cuando hombres y mujeres co-crean, los resultados son más completos y duraderos. Y para que eso ocurra, se requiere que las empresas se comprometan en el discurso y adopten políticas activas de retención, mentoría, corresponsabilidad, transformación cultural y promoción de puestos de liderazgo con enfoque de género. Que no esperen a que el talento femenino llegue adaptado, sino que adapten sus estructuras para que ese talento florezca.

También necesitamos que las niñas y jóvenes vean en la minería una posibilidad real de futuro. Que no sientan que hay territorios vedados para ellas. Que se formen, que emprendan, que se atrevan. Y para eso, los referentes son clave: mujeres visibles, valientes, que ya están abriendo camino.

Pasar del relato a la acción es más que una frase: es una urgencia. La minería del siglo XXI debe estar compuesta de nuevas ideas, liderazgo con propósito y una mirada más integral. Y en eso, las mujeres tenemos mucho que aportar.

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