• María Elba Chahuán, Vicepresidenta y Fundadora de Unión Emprendedora

Cuando hablamos de minería en Chile, la conversación casi siempre se centra en su aporte al PIB, en los vaivenes del precio del cobre o en los desafíos ambientales que enfrenta la industria. Pero pocas veces levantamos una mirada más amplia: ¿y si la minería pudiera convertirse en un motor de innovación para miles de pequeñas y medianas empresas tecnológicas del país?

La minería es, por naturaleza, un sector de alta exigencia. Sus operaciones requieren estándares de seguridad rigurosos, procesos eficientes, soluciones ambientales de punta y, cada vez más, sistemas digitalizados que permitan anticipar y resolver problemas en tiempo real. Todo esto abre un campo inmenso para que las pymes chilenas desarrollen, prueben y validen soluciones innovadoras que, una vez implementadas en este terreno tan complejo, podrían escalar sin problemas hacia otros mercados internacionales.

Imaginemos por un momento que las grandes compañías mineras decidieran abrir aún más sus puertas y transformarse en verdaderos laboratorios de innovación. Que, en lugar de mirar prioritariamente solo hacia proveedores consolidados, invitaran a startups y pymes locales a testear sus tecnologías en faena. La relación sería de mutuo beneficio: las mineras accederían a soluciones frescas, adaptables y muchas veces más rentables, mientras que las pymes ganarían la validación que tanto necesitan para demostrar que sus productos funcionan en un sector de clase mundial.

Esto no es una utopía. De hecho, ya existen iniciativas piloto en Chile y en el extranjero que muestran que el modelo funciona. Pero lo que falta es escala, decisión y un marco de colaboración real. El potencial es enorme: si logramos que decenas o cientos de pymes tecnológicas chilenas validen sus soluciones en la minería, no solo fortalecemos a esas empresas, también generamos un ecosistema de innovación exportable. Lo que funciona en una faena en el desierto de Atacama puede perfectamente adaptarse a la industria minera en Australia, Canadá o Perú.

Además, pensemos en el efecto multiplicador. Una pyme que crece gracias a un contrato con la minería no solo gana clientes y prestigio, también genera empleo local, invierte en formación de capital humano y eleva los estándares de otras empresas que forman parte de su cadena de valor. En otras palabras: la innovación no queda enclaustrada en la faena minera, sino que se esparce hacia la economía en su conjunto.

Claro que esto requiere un cambio de mentalidad. Las grandes compañías mineras deben pasar de ser simples compradoras de servicios a ser socias estratégicas del ecosistema emprendedor. Y las pymes, por su parte, deben atreverse a levantar propuestas sólidas, con la confianza de que sus ideas no solo son viables, sino necesarias. También se requiere apoyo del Estado, con programas que faciliten la vinculación, financien pilotos y reduzcan las brechas que muchas veces impiden a las pymes competir en igualdad de condiciones.

Chile no puede conformarse con ser un país que exporta minerales en bruto. Tenemos la capacidad de exportar soluciones, conocimiento y tecnología. Y la minería, lejos de ser un sector del pasado, puede convertirse en la gran plataforma para dar ese salto al futuro.

La invitación está sobre la mesa: transformar a la minería en un laboratorio de innovación no solo fortalecerá a un sector clave de nuestra economía, también abrirá un camino de crecimiento y reconocimiento internacional para nuestras pymes. Si nos atrevemos a dar ese paso, habremos convertido una de nuestras principales industrias en el motor de la diversificación y sofisticación que Chile tanto necesita.

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