- Durante doce meses la Región de Arica y Parinacota enfrentó cortes constantes en la Ruta 5. Una crónica de aislamiento, pérdidas económicas y falta de soluciones definitivas.
La Cuesta Camarones convirtió a Arica en la ciudad más vulnerable de Chile. Un año de derrumbes no solo bloqueó la Ruta 5 Norte, también expuso el abandono de la gestión estatal y la fragilidad de la conectividad en el extremo norte.
El 23 de agosto de 2024 la primera caída de rocas en la Cuesta Camarones marcó un antes y un después para la Región de Arica y Parinacota. Desde ese día, cada viaje hacia el sur se transformó en una ruleta rusa. El derrumbe abrió la secuencia de una crisis que durante doce meses dejó en evidencia que Chile puede quedar cortado en dos con un simple deslizamiento de tierra.
El episodio más crítico ocurrió la madrugada del 1 de octubre de 2024, cuando un sismo frente a Iquique provocó un colapso masivo del cerro. En cuestión de minutos, la Panamericana quedó bloqueada y Arica amaneció desconectada del resto del país. Miles de pasajeros pasaron la noche dentro de buses detenidos, camioneros durmieron sobre el asfalto y familias quedaron atrapadas en medio del desierto sin saber cuándo podrían retomar la ruta. El eco de las retroexcavadoras en plena madrugada fue la única señal de que el Estado estaba intentando reaccionar.
Los meses siguientes no fueron distintos. En enero de 2025 volvieron a caer piedras sobre la carretera, generando accidentes menores. En julio, más de 500 personas quedaron varadas durante toda la noche, obligadas a dormir en autos y buses mientras maquinaria pesada removía toneladas de roca. En cada ocasión, comunidades como Cuya y Caleta Camarones vieron interrumpido su abastecimiento básico, con pérdidas directas en comercio y producción agrícola.
El drama se multiplica porque la Cuesta Camarones no es un tramo secundario: es la única vía terrestre que conecta Arica con el resto de Chile. Cada cierre equivale a cerrar la frontera interna de la región. No existe alternativa viable. La antigua ruta por Conanoxa se encuentra en mal estado y no soporta el tránsito de camiones ni buses. El aislamiento, entonces, es total: hospitales, colegios, agricultores y transportistas quedan de un lado u otro, esperando que el cerro deje de caer.
Las pérdidas económicas son incalculables. Agricultores del Valle de Azapa vieron cómo su producción se marchitaba en los camiones inmovilizados. Pescadores de Caleta Camarones perdieron mariscos y pescados por la imposibilidad de trasladarlos a Arica. El turismo, vital en la región, sufrió cancelaciones y menos visitantes en fechas clave como el Carnaval “Con la Fuerza del Sol”. Incluso el propio Producto Interno Bruto regional mostró retroceso, único en Chile, en parte por la inestabilidad vial.
Las respuestas estatales, en cambio, se repitieron como un libreto: decretar alerta roja, entregar agua a los varados, habilitar albergues improvisados y anunciar trabajos de emergencia. Se instalaron mallas metálicas en las laderas, se aplicó hormigón proyectado y se retiraron bloques de roca con dinamita controlada. Pero la solución estructural nunca llegó a tiempo. Recién en julio de 2025, casi un año después del primer derrumbe, el Gobierno decretó zona de catástrofe. Con esa decisión se abrieron recursos extraordinarios, aunque para los habitantes el gesto llegó demasiado tarde.
El Ministerio de Obras Públicas prometió un nuevo trazado vial, pero con plazos de cinco a siete años. Para una comunidad que vive bajo riesgo constante, esa promesa suena como una burla. Mientras tanto, continúan los cierres nocturnos, los convoyes con horarios fijos y la sensación de que la ciudad permanece secuestrada por la geografía y por la falta de planificación estatal.
Las críticas han sido tajantes. El alcalde de Camarones advirtió que no quiere que la muerte de una persona sea el detonante de la acción definitiva. El gobernador regional acusó indiferencia y lentitud. Los vecinos de Cuya aseguran vivir en “peligro permanente”. Y en el ambiente persiste la frase que se transformó en símbolo de esta crisis: Arica se siente más conectada a Perú y Bolivia que al resto de Chile.
El Estado ha debido gastar casi nueve mil millones de pesos en obras de emergencia, además de los más de 27 mil millones invertidos en la reconstrucción de la cuesta en 2017. En la práctica, se ha pagado doble: primero por una obra que no cumplió con su promesa de seguridad, y luego por contener un cerro que no deja de desplomarse.
Hoy, la cuesta se mantiene bajo vigilancia constante. Los estudios geológicos identifican más de veinte puntos críticos en la ladera y los equipos de SENAPRED monitorean la zona ante cada lluvia o sismo. La comunidad, en tanto, exige certezas y rutas alternativas. La paciencia se agota, y con razón: la conectividad no es un lujo, es un derecho básico para cualquier territorio.
La crónica de Arica aislada trasciende el derrumbe físico. Es también la metáfora de un Estado que sigue mirando al norte desde lejos, reaccionando tarde y sin soluciones de fondo. Mientras no exista una ruta segura y redundante, cada viaje por la Cuesta Camarones será una ruleta rusa que pone en juego la vida de miles de personas y la dignidad de una región entera.
